sábado, 11 de octubre de 2014

LA LLEGADA DEL BANDONEON

LA LLEGADA DEL BANDONEON A ARGENTINA

El 25 de enero de 1868, el barco Landskrona, de bandera Sueca fondeó en el puerto de Buenos Aires. Era una tarde calurosa y húmeda, y unos pocos gorriones abombados por el calor se arrimaban a los charcos para refrescarse, bajo el solaso de la siesta los muelles estaban desiertos, solo un grupito de changadores agrupados bajo el alero, observó las maniobras de atraque. El Landskrona , un viejísimo barco carguero de la Norrköping, que hacía al parecer el último viaje de ultramar, traía un cargamento de yute desde Bombay. La tripulación agotada y sedienta por los casi cuarenta días de navegación tras las maniobras de amarre, no demoró más de media hora en volcarse integra en los bodegones de Paseo de Julio. Iban ocupando los locales que al llenarse permitían ocupar otros necesitados de clientes. El primer bar que ocuparon se llamaba “El Tirreno” y casi pegado estaba “El Pireo”y allí fueron a recalar dos marineros Alemanes que son motivo de esta historia. Un gigantón rubio de Cuxchaven de celeste mirada infantil y otro era morocho y retacón con un desagradable tic en la boca y que llevaba tatuado en el brazo el escudo de Baviera. Los dos alemanes empezaron a beber en copas grandes aguardiente de caña, al principio en silencio saboreando el licor, después de a poco el alcohol fue provocando una euforia bochinchera. A la tardecita comieron pescado frito y salchichón, hasta que entrada la noche aparecieron mujeres que acompañaron a nuestros personajes a una mugrienta piecita en el fondo del bodegón. Al otro día después de una gran trifulca, fueron hasta el barco en busca de otra parte del dinero. Lo cierto es que a los tres días por habilidad de las mujeres o del bodeguero, se quedaron sin una corona en el bolsillo. Esa noche partiría nuevamente el barco que los había traido, por ese motivo conversaron entre ellos un rato y al final de acuerdo se levantaron para dialogar con el Griego dueño del local, acordaron que seguirían bebiendo u que el rubión quedaría de garantía mientras el mocetón morocho fue en busca de algo que pudiera pagar la deuda contraída.  No pasaron más de veinte minutos cuando el Alemás regresó, traía en la mano un bulto del tamaño de una valija y sin decir palabra la dejó sobre el mostrador, dijeron una cifra que el griego cortó por la mitad enseguida mientras echaba una mirada despreciativa a aquel bulto, estaba metido dentro de una especie de envoltorio negro abrochado con botones que el bodeguero fue abriendo sin prisa. Adentro descubrió una especie de acordeón con mezcla de concertina, les arrimó un par de botellas más de bebidas a los Alemanes y unos pesos arrugados. El rubio se paró y sacando ese instrumento, se pasó una correa sobre el hombro para sujetarlo, de pié y apoyado en el mostrador toco con dificultad una especie de mazurca champurreada. Todo hubiera sido una historia sin trascendencia si no hubiera aparecido en ese momento un tercer personaje, morocho de chambergo alto que mientras bebía una ginebra prestaba inusual atención a aquel instrumento. Era un conocido guitarrero de la zona con cierta fama de saber tocar con éxito. Se acercó al mostrador y olvidando por un momento su compostura lo miró con ojos asombrados y angurrientos, después pasó con suavidad sus dedos uñudos en la caja incrustada de nacares y por la botonera, no perdió tiempo y ofreció una suma que lo hizo acreedor inmediatamente. Pagó su copa, levantó el estuche con suavidad y se perdió por las callecitas del barrio de Monserrat.  Se dice que para principios de 1869 casi al final de la guerra con Paraguay el moreno fue llamado a las filas y hasta allá cargó el instrumento para entretener a sus compañeros con estilos, habaneras y mazurcas. Así llegó el primer bandoneón a la Argentina para luego hacerse uña y carne con nuestra música Rioplatense; “EL TANGO”

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