Evaristo Carriego fué uno de los primeros mitólogos del Tango y del suburbio. Con esa característica Argentina de convertirlo todo en "mito", escribió este poema que prefigura al compadrito y a su mundo.
Ya los de la casa se van acercando
al rincón del patio que adorna la parra
y el cantor del barrio se sienta, templando
con mano nerviosa la dulce guitarra
la misma guitarra, que aún lleva en el cuello
la marca indeleble, la marca salvaje
de aquel despechado que soñó el deguello
del rival dichoso, cortando el cordaje
ya viene la trova: rimada misiva
En décimas largas de amante fiereza
que escucha sensible la despreciativa
moza, que no quiere salir de la pieza
la trova que historia sombías pasiones
de alcohol y de sangre, castigos muy crueles
agravios mortales de los corazones
y muertes violentas de chinas infieles
sobre el rostro adusto, tiene el guitarrero
viejas cicatrices de cárdeno brillo
en el pecho un hosco rencor pendenciero
y en los negros ojos, la luz del cuchillo
y muestra insolente, que se va exaltando
su bestial cinismo de alma atravesada
Palermo lo ha oido, quejarse cantando
celos que preceden a la puñalada
y no es para el otro, su constante enojo
a ese desgraciado que a golpes maneja
le hace el mismo caso, por bruto y por flojo
que al pucho que olvida detrás de la oreja
pues tiene unas ganas, su altivez airada
de concluir con todas las habladurías
tan capaz se siente de hacer una hombrada
de la que hable el barrio, tres o cuatro dias
y con la rudeza de un gesto rimado
la canción que dice la pena del mozo
termina en un ronco lamento angustiado
como una amenaza que acaba en sollozo
No hay comentarios:
Publicar un comentario