Eran épocas en que al tango se lo mantenía aún en cuarentena, no bastaba ese acceso a los salones de bailes populares para su definitiva incorporación a la vida ciudadana. Los músicos contratados para actuar en las fiestas y reuniones familiares, eran vigilados por los dueños de casa, para que entre medio de valses, polkas, mazurcas, shottis, o habaneras no fueran a deslizar algún tango. Pero a pesar de su estricta prohibición en los salones familiares, tubo el tango su noble y romántico introductor en los humildes "organitos callejeros" de la marca Rinaldi. La manera de introducirse en los hogares Porteños, fué por obra y gracia de un acuerdo que se pactó entre las chicas de clase alta y el responsable de la musica callejera. Este señor se arrimaba a las ventanas de las casas que sabía que tenían clientas y allí ejecutaba varios temas que, desde adentro las chicas lo bailaban entre ellas y al finalizar la serenata, le dejaban caer por entre las rendijas de las ventanas, una buena propina que el organillero agradecía.
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