jueves, 8 de diciembre de 2011

¡SOÑABA'

¿SOÑABA?
Hoy es 8 de diciembre día de “La Inmaculada Concepción”, en España está feriado y no me tengo que levantar temprano, pero el reloj biológico me despierta a las siete como todos los días. Abro los ojos y la habitación está en penumbras, en diciembre el sol sale más tarde porque estamos en invierno, la cama está calentita y por entre los huecos de las cortinas alcanzo a ver un atisbo de luz. Agudizo el oído y no se oye casi nada, las imágenes que se nos presentan cada día empiezan a rondarme, los pensamientos tienen etapas, colores, fechas, música y luego de repasar algunos acontecimientos del día anterior me encuentro que me recuerdo niño en nuestro ranchito del barrio Don Bosco sobre 1946 o 1947. Era tan real que no quise luchar por quitármelo,  ¡al contrario, traté de meterme en esa época y disfruté!. Me recordé cuando mamá nos llamaba para ir al colegio, yo compartía una pequeña habitación con mi hermano mayor y las paredes eran de carrizos y barro con una terminación alisada y blanqueada por papá, el techo de listones clavados a unos troncos de álamo donde se sabían esconder las asquerosas vinchucas. Me levantaba y mamá ya estaba preparando el mate cocido o la cascarilla con leche, pan y dulce de manzana o pera elaborado en casa, me daba prisa y me iba ordenando los pasos que tenía que hacer, ¡lavate la cara y péinate! <me decía>, yo iba hasta una palangana que estaba sobre un banquito de madera (no teníamos cuarto de baño, ni luz eléctrica ni agua corriente), sentía el agua fría del otoño y me secaba la cara con una toalla blanca que antes había cumplido la función como bolsa de harina. Ya estaba mojada porque todos nos secábamos con la misma toalla, venía mamá y me peinaba diligentemente con raya a la izquierda y jopo, me sentaba a la mesa en otro banquito (no teníamos sillas, todos banquitos individuales fabricados por papá) y consumía despacio el desayuno. Mamá me daba prisa porque desde casa se oía muy lejana la “llamada” que hacían en la escuela Nº52 media hora antes de entrar repicando una campana, ¡vamos que vas a llegar tarde, me repetía, luego el ritual de cada día, ponerme el delantal percudido por la tierra y calzar sobre el hombro una cartera de correa (fato in casa), los dos laterales eran de madera en forma de de “U” en la parte de abajo, el cuero clavado a la madera y remataba una pestaña de cuero con una hebilla. ¡Un repaso y a correr!, ¡cuidá la ropa me arengaba mamá como despedida!. La fuerza de la niñez me cruzaba el salado por un puente que había hecho papá, y donde tiraba el butrón para atrapar truchas, bordeaba el canalito por un sendero marcado por todos los que hacíamos ese recorrido y al llegar al sifón de agua frente a las familias de Didonato y los Rojas, aceleraba para cubrir el trayecto hacia la escuela. Me encontraba siempre con algunos de los compañeros y nos contábamos fantasías, pasábamos frente a Picotti y al boliche “El Tropezón” de un tal Rodriguez, ¡habían pocas casas! y pocos comercios, saltábamos las acequias rebalsantes  de agua y cuando queríamos acordar estábamos frente a la larga hilera de ligustros que cercaban mi vieja escuelita. ¡Ya son las ocho!, Mirta me dice que se levantará a preparar el mate, ¡yo con ella! Allí frente a la mesa hablaremos de otros temas. Mis sueños/recuerdos ya se fueron. Me quedó el gusto dulce de la infancia

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